Fernando León de Aranoa ha perdido el punch desde Princesas. Debe ser que ese punch se llamaba Elías Querejeta, que casualmente ha dejado de producirle justo en ese momento. Y es que Familia, la mejor película de Aranoa, estaba muy, pero que muy bien, pero, ¿a que tenía el tono de Dulces horas (sobre un tipo que contrata a una compañía de actores para que representen a los personajes de su pasado) producida por Querejeta? Y Barrio, qué buena, pero cómo se parecía a Deprisa, Deprisa, (en torno a cuatro chicos del extraradio), también del mismo productor. No es el único, pues a pesar de su perfección formal a Carlos Saura tampoco hay quien le aguante desde que dejó de estar asociado al productor vasco (siento decir esto de Saura, pero alguien tiene que decir de una vez que el emperador está desnudo).
Aranoa se ha vuelto por ejemplo repetitivo. Otra vez tenemos un omnipresente timbre que suena, metáfora de la conciencia de la protagonista que la llama, como aquel móvil del personaje de Candela Peña, en Princesas. De esa película le ha sobrado un personaje, una “princesa” que sale en este film porque se debe haber equivocado y estaba destinada a aparecer en la anterior cinta del director.
El espectador no es tonto, y no se deben explicar en los diálogos cosas que ya se dan por supuestas, porque eso sienta muy mal. Es lo que ocurre cuando en una secuencia la protagonista dice “lo hice porque necesitaba el trabajo”. Vale, Fernando, que ya nos hemos enterado. Y las metáforas son bastante tontas, pues llega a meter un tren que se va, simbolizando la muerte que, en fin, es un poco evidente, o una flor creciendo en un vertedero que alude a la esperanza de ser feliz rodeada de basura de la protagonista.
Y finalmente, tengo que confesar que a mí lo que me ha sentado mal de verdad, es que Aranoa haya perdido su capacidad para integrar el humor cuando quiere contar una historia trágica, como he intentado yo hacer en este texto. En Los lunes al sol, Santa -memorable personaje interpretado por Javier Bardem- protagonizaba una antológica secuencia en la que ofrecía su particular opinión obrera sobre la fábula de la cigarra y la hormiga, en la que la hormiga no quedaba demasiado bien. Muchas risas. Aquí, la prostituta cuenta con poca gracia chistecitos forzados que ya me sé, y que quedarían mejor en una película de Torrente (“¿le has hecho alguna pajilla?”) que en una de León de Aranoa.
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