jueves, 1 de marzo de 2007

El cine y la palabra


Dos ratas en un cine daban buena cuenta de un rollo de película, cuando una le preguntó a su congénere: ¿Qué te parece? ¿Es un manjar apetitoso? Y la otra contestó: “Me gustó más el libro”. Como todos los tópicos, éste tiene grandes excepciones: como El halcón maltés, legendaria adaptación de un gran libro, o Blade Runner, obra maestra superior a Sueñan las ovejas con androides eléctricos, una de las novelas menos interesantes de Philip K. Dick. Margaret Mitchell no ha pasado a la historia de los grandes de la literatura, pero la adaptación de su novela más conocida, Lo que el viento se llevó, es un hito del Séptimo Arte. Kubrick halló una fórmula mágica y definitiva para que los espectadores no salieran del cine farfullando eso de que el libro era mucho mejor: adaptar libros malos. Cuando lo dijo estaba rodando El resplandor, basada en una novela de Stephen King, que al escuchar sus declaraciones se acordó de todos sus ancestros.
No siempre las relaciones entre cine y literatura han sido así. Por eso resulta tan revelador un reciente lanzamiento editorial, Escritores de cine (editorial Espasa), de un tal José María Aresté o algo así. Se trata de uno de esos estudios concienzudos y trabajados sobre un tema concreto. En este caso, el autor analiza la trayectoria de doce escritores variopintos que han probado fortuna en Hollywood en algún momento de su carrera.
El libro está tan documentado que ofrece una completa perspectiva de las carreras de los autores. El autor ha conseguido aderezarlo con anécdotas jugosas que disfrutará cualquier amante de la literatura y el cine, como el relato de las bromas pesadas que gastaba a Ray Bradbury el director que le había contratado para adaptar Moby Dick: John Huston, En otro momento de su vida, el varonil Huston empezó a tomar en serio a Truman Capote, que siempre le había parecido amanerado y sarasa, cuando organizó una cena en su honor que acabó con el escritor a puñetazos con otros invitados. Algunos datos dan que pensar, como el hecho de que Paul Auster asegure que le deba todo a su paternidad. “Es interesante reparar en que no conseguí escribir novelas hasta que fui padre”, asegura el escritor.
Con estas pequeñas historias se hace placentera la lectura de una obra de la que se sacan conclusiones significativas. Pocos son los escritores realmente aprovechados por el cine, como John Steinbeck, que según cuenta Aresté tuvo la suerte de que el guión de Las uvas de la ira fue escrito por Nunnally Johnson, que “admiraba y respetaba el material con el que trabajaba”. Tenía como vecino a un tal Elia Kazan, que decidió contratarle para escribir el guión de ¡Viva Zapata! y poco después llevó al cine con otro guionista Al este del edén, que dio lugar a un film memorable. Otros escritores han conocido buenas adaptaciones ocasionalmente, como Graham Greene (El tercer hombre), James M. Cain (Perdición, El cartero siempre llama dos veces) o el citado Truman Capote (A sangre fría). Y otros han sido bastante desaprovechados, como Bradbury, de cuyas obras versionadas se salva Fahrenheit 451, de Truffaut, y poco más. Algunos se convirtieron en directores, aunque el único que realmente ha triunfado como cineasta ha sido David Mamet. Por último, señala el prologuista, Juan Manuel de Prada, que la gran aportación de Aresté es señalar en qué influyó la experiencia cinematográfica de estos escritores en sus obras escritas posteriores.