lunes, 29 de junio de 2009

Disgustos de tres en tres

No ganamos estos días los treintañeros para disgustos. Decían en una olvidada película de Clint Eastwood –La lista negra–, que los famosos morían de tres en tres.  Siempre me quedé intrigado con esa teoría. Se supone que cuando muere una celebridad, en poco tiempo un par de ellos más siguen sus pasos en su periplo al Más Allá. Nunca creí que fuera demasiado creíble hasta ahora, pues se nos han ido tres grandes mitos de mi infancia, uno detrás de otro. Tienen en común que eran grandes iconos de la cultura popular y que han dado mucho juego en los medios de todo el mundo, que han elevado estos días el nivel de morbo de sus informaciones hasta la estratosfera.

El primer disgusto nos lo dio David Carradine, el mítico Kung Fu. El pequeño saltamontes ya no dará más saltos, pues apareció en un hotel de Bangkok muerto en extrañas circunstancias. En realidad no se sabe cómo murió ni se sabrá nunca, pero se especula con un accidente sexual y varias otras hipótesis. Algunas son tan estrambóticas que nos hacen pedir a los periodistas que tengan un mínimo de seriedad. Se ha llegado a escribir que –al parecer según la familia– un grupo organizado quería acabar con su vida porque el chino con menos pinta de chino de la historia de la televisión le robó el papel de Kwai Chang Kaine al mismísimo Bruce Lee, otro que dio pie en su momento a todo tipo de teorías de la conspiración. ¿Por qué le habrán matado ahora cuarenta años después de la serie? Sí que han sido lentos estos estrambóticos sicarios. El caso es que nuestra niñez no hubiera sido la misma sin los diálogos de Carradine con su sabio maestro. “Maestro, si hay dos caminos, uno a la derecha y otro a la izquierda, ¿cómo sabré yo cuál me llevará a mi destino”, decía el rapado actor. “No importa cual camino escojas, cualquiera te llevará a tu destino, Pequeño saltamontes”.

A la hora de dar patadas en la televisión setentera, a Carradine sólo le superaba la actriz Farrah Fawcett, que nos dejaba poco después. La Jill Munroe de la serie Los ángeles de Charlie marcó una época. Los niños nos pegábamos en los recreos por el cromo de una colección de la época en la que salían especialmente favorecidos sus gigantescos ojos, mientras que las niñas y las no tan niñas se pasaban horas con el secador y el cepillo intentando imitar su peinado ‘feathered hair’, que se hizo muy popular. Sus curvas nos hacían tan felices que muchos relacionamos con ella la expresión ‘irse de farra’, o sea irse de fiesta. Y todos nos aprendimos una larga parrafada: “Había una vez tres muchachitas que fueron a una academia de policía. Les asignaron misiones muy peligrosas. Pero yo las aparté de todo aquello y ahora trabajan para mí. Yo me llamo Charlie”. Enseguida desapareció Farrah de los medios, porque dejó la serie que la catapultó a la fama para intentar triunfar en el cine, y no se comió una rosca. En sus últimos meses de vida salía mucho en los medios americanos, porque tenía un hijo en la cárcel, y estaba a punto de casarse con Ryan O’Neal, con quien llevaba 30 años manteniendo una Love Story.

Su muerte se vio no obstante eclipsada por la desaparición a las pocas de Michael Jackson. El rey del pop ha muerto, y desde luego ha causado una auténtica conmoción a sus incondicionales. Los nostálgicos siempre recordaremos aquella Nochevieja en que nos asustamos y bailamos con el videoclip ‘Thriller’, que cambió para siempre la historia de la música. Hace mucho ya de eso, tanto que por aquel entonces, Michael Jackson era negro. Fue un gran artista que quería no envejecer jamás, como Peter Pan, y por desgracia lo ha conseguido, pues ya nunca llegará a viejo.

He dejado de leer periódicos. Si estos días aparece la noticia de que han muerto en accidente de tráfico Epi y Blas, no podré soportarlo.

lunes, 15 de junio de 2009

El abogado del diablo

Este martes, 16 de junio, he organizado la entrega de la Medalla Homenaje del Círculo de Escritores Cinematográficos (CEC) al cineasta José Luis Borau. Yo mismo me encargaré de conducir el acto, de presentar al propio Borau, y de hacer un pequeño comentario sobre su vida y su obra. Servirá para que me reconcilie un poco con el cine español, tras las injurias constantes que le dedico en este blog, casi siempre merecidas, aunque también es cierto que entre tanto Torrente y Fuga de cerebros (una peli para descerebrados), también existen realizadores interesantes de hoy (Fernando León de Aranoa) y de ayer (Juan Antonio Bardem o el propio Borau), que han hecho películas memorables.

El acto tendrá lugar a las 19.30 en la Filmoteca Española, cine Doré. Lógicamente estáis todos invitados, aunque temo que después del enorme esfuerzo que he hecho para organizar esto, me lo boicoteen. Se da la circunstancia de que Borau es actualmente el abogado del diablo, pues ha sido nombrado presidente de la SGAE. ¿Aparecerán en la Filmoteca centenares de internautas enfervorecidos que pretendan pegarme? ¿Me confundirán con Ramoncín?

Al terminar la entrega de la medalla se proyecta una de las películas del propio Borau, La Sabina, protagonizada por Ángela Molina. ¡Es sobre una dragona! Desde este humilde blog expreso mi agradecimiento a la Filmoteca Española y a la Fundación Borau, si los cuáles no habría sido posible llegar a buen puerto.