domingo, 28 de diciembre de 2008

Un asunto calamitoso

Por intentar quedar bien con una simpática compañera del trabajo, se ha llevado la impresión de que soy un descerebrado. Ya me decía mi madre que tenía que ir siempre con la verdad por delante, pero es que a veces cuesta un poco.

Doña Elvira es una buena mujer. O al menos bienintencionada. Son las únicas palabras que se me ocurren para definirla. No busca el mal de nadie, aunque me lo haya traído a mí. Me ha hecho sentir como un personaje de Milan Kundera, el protagonista de un cuento de El libro de los amores ridículos. Rehúye firmar una carta de recomendación para un autor que en realidad no le gusta nada. Por no decirle que no le interesa lo que está haciendo, prefiere darle largas. Pero el tipo va en su busca una y otra vez y le persigue y acaba arruinándole por completo la vida.

Pues a mí, en la vida real, ha estado a punto de pasarme algo parecido. Doña Elvira siempre tenía una sonrisa amable, me regalaba entradas para el fútbol y me preguntaba por mi salud cada mañana. Hasta que el otro día vino hasta mi mesa, pidiendo firmas para el Foro de la Familia en apoyo del juez Calamita. Yo paré de teclear en el ordenador para atenderla y ella me hizo el razonamiento que temía. Muy periodístico, en el mal sentido de la palabra. Muy facilón. Pero aunque no he leído la prensa de derechas, estoy seguro de que más de un articulista ha tirado por ahí.

-Es que al juez Tirado, el del caso Mariluz, le han puesto una multa de 1.500 euros por no ejecutar la sentencia del tipo que salió en libertad y mató a la niña. Y al juez Calamita, por negarse a dar un niño en adopción a una pareja de lesbianas, porque cree en conciencia que no son competentes para cuidarla, le han inhabilitado por dos años. Es un héroe. Un modelo a imitar.

"¿Sólo le han caído dos años de inhabilitación?", pensé. "¿Significa eso que permiten que vuelva a ejercer dentro de dos años un juez que en lugar de aplicar la ley, aplica la sentencia en función de lo que él cree que es justo o no?" Hace unos años leía unos cómics sobre un tipo con cara de mala leche que se llamaba Juez Dredd y que gritaba todo el tiempo. "Yo soy la ley". Y decidía lo que estaba bien o mal y él mismo mataba a los delincuentes si lo creía necesario. Y los lectores nos moríamos de miedo y pensábamos que la ciencia ficción daba que pensar, pero que por suerte nunca pasaría nada así.

A doña Elvira no le dije lo que pensaba. Al fin y al cabo es buena persona, como dije antes. Y con la argumentación con la que me había pedido la firma, si me negaba, iba a parecer que apoyaba el asesinato de una niña. Total que, tonto de mí, le dije que me alegraba mucho de que contara conmigo, pero que en ese momento no podía firmar, porque estaba muy liado con un artículo que iba a revolucionar el periodismo nacional. Y seguí tecleando el supuesto artículo, aunque en realidad estaba haciendo comentarios en otro blog, mucho mejor que éste. Se quedó mirando cómo yo tecleaba a gran velocidad y abandonó la sala.

Cuando al final de la jornada laboral iba a marcharme con cierta rapidez porque había quedado, pude vislumbrar que doña Elvira me esperaba junto a la puerta de salida. Decidí esperar unos minutos más y volví a mi habitación. Me quité el abrigo y me quedé inmóvil. De vez en cuando entreabría la puerta, sólo para constatar que ella no se había movido de allí. Tenía las hojas para las firmas en una mano, y un bolígrafo en la otra.

Llamé por teléfono a la muchacha que me esperaba en un café. Habíamos tenido conversaciones muy animadas por correo electrónico esa semana, y la cita prometía. Pero le dije que tenía que terminar un trabajo inaplazable y que tardaría un rato más en llegar.

Doña Elvira tardó dos horas en irse y yo mientras tanto no me atreví a salir. Así que cuando llegué al café, la mujer de mi vida ya se había ido. Y con razón. Y desde entonces no me coge el teléfono. También tiene su lógica. Pasé esa noche muy solo, reflexionando sobre el tema. No es que yo defienda al juez Tirado, también cometió un error. Supongo que no se merece precisamente un gran premio. Se le olvidó ejecutar una sentencia. Digo yo que no es un modelo a seguir, pero al fin y al cabo su único delito es ése, no fue él el asesino. El culpable de asesinato fue otro señor.

Tomaba un café al día siguiente con mi compañero Emilio, durante una pausa en el trabajo. Había cerrado la puerta de la cocina de la oficina con llave para que no apareciera doña Elvira. Pero cuando me di cuenta estaba detrás de mí. Juraría que había surgido de dentro de la nevera. ¿Es posible que aguardara allí durante un tiempo esperándome? Me dijo que se alegraba mucho de coincidir conmigo porque por fin podría firmarle. Entonces no pude más y salté.

Grité como un energúmeno. Dije cosas como que el juez Calamita sólo tenía ganas de llamar la atención, porque al fin y al cabo podía haber rehusado el caso si se consideraba con problemas de conciencia para pronunciarse al respecto. Que se le veía en la cara que no era un tipo normal, hombre. Y ella por una vez perdió la sonrisa tras escuchar mis gritos.

Mientras me alejaba, escuché que le pedía su firma al pobre Emilio.

-No, yo ya he firmado -dijo él con un tono muy diplomático.

martes, 23 de diciembre de 2008

Videocrítica doble: 'Australia' y 'The Spirit'

Resulta complicado para las personas oscuras, de corazón malvado, como yo, sobrevivir a la época madrileña. Tanto villancico, 'buen rollito', felicitaciones, luces de Navidad, anuncios entrañables, turrones, polvorones, mazapanes y niños de San Ildefonso se nos atragantan (sobre todo si el niño es gordito). Intento mantenerme lo más al margen posible y tengo en este momento tal cara de perro que ningún chavalín se atreve a acercarse lo suficiente como para pedirme el 'aguinaldo'.

El otro día me vino uno de esos 'pesaos' que se me aparecen por estas fechas, y me dijo que era el jodido Espíritu de las Navidades Futuras. Que me iba a enseñar lo solitarias y aburridas que iban a ser mis Navidades cuando yo fuera viejo. Le contesté que prefería estar solo que mal acompañado por espectros tan feos como él, y que por favor se largara inmediatamente. Luego apareció un colega suyo, el ángel Clarence de ¡Qué bello es vivir! Y éste se empeñó en mostrarme cómo sería el mundo si yo no hubiera existido. Pues era absolutamente igual, e incluso mejor, porque mis ex novias habían salido con tipos más guapos y las videocríticas las presentaba El Gran Wyoming, que sí que tiene gracia. Al menos para un rato.

Hablando de videocríticas, mi jefe (que también es amiguete) se empeñó en que la Navidad es tiempo de compartir y tal, y el caso es que me ha liado para que esta semana hiciéramos una videocrítica doble, por aquello de que había dos grandes super-estrenos para el día 25. Yo comento Australia –que para ser la peor película de Baz Luhrmann, mucho peor que Moulin Rouge, al menos tiene una primera parte interesante y está bien rodada–. Y él a continuación comenta The Spirit, que a pesar de los razonamientos de este hombre, es un auténtico tostón.

Esta semana también os puedo ofrecer interesantísimas entrevistas con el citado Baz Luhrmann y con Nicole Kidman y Hugh Jackman, que pasaron por aquí por Madrid. Y ahora corro a esconderme, porque falta lo peor. La llegada de los Reyes Magos. 

Al principio, a los chicos que nos portábamos mal nos traían carbón. Pero con el tiempo se dieron cuenta de que con este castigo tan tonto, no cambiábamos al año siguiente. Decidieron probar otros métodos y tomaron el camino de la violencia. Así que últimamente, cuando me pillan me atizan, a ver si recapacito y me hago bueno. Pero yo he decidido que me esconderé y no me podrán encontrar.

Tengo menos 'espíritu navideño' que Mr. Scrooge cuando se atragantó con el turrón El Lobo. Y odio por encima de todo esa estúpida expresión, 'espíritu navideño', salida de películas 'sentimentaloides' y telefilmes de sobremesa. Pero a pesar de todo os felicitaré la Navidad, y os desearé que lo paséis lo mejor posible. Lo que pasa es que mi felicitación horrible va adosada a la videocrítica. Ha quedado fatal.

En fin, que si encontrara al que inventó esto de las Navidades, yo es que lo crucificaría.

Videocrítica doble de Australia y The Spirit:

jueves, 11 de diciembre de 2008

Ultimátum al cine

Si siguen saliendo películas tan aburridas como Ultimátum a la Tierra voy a lanzar un ultimátum a los cines: que no cuenten conmigo para seguir acudiendo a las salas. Creo sinceramente que es el gran fiasco del año, pero si alguien quiere más información, le hemos dedicado una videocrítica, que se puede ver al final del post. Incluso puedo ofreceros las entrevistas que tuve el honor de que me concedieran el director del film, Scott Derrickson (El exorcismo de Emily Rose),  y el propio Keanu Reeves, que pasaron recientemente por la capital de España. Por suerte, por una extraña ley de compensación universal, también llega por fin a España este fin de semana My Blueberry Nights, el último trabajo del hipnótico Wong Kar Wai.


Y como desperté cierta curiosidad por el libro de moda, 'Los hombres que no amaban a las mujeres', del sueco Stieg Larsson, aprovecho la oportunidad para escribir sobre él, ya que lo estaba deseando. En primer lugar, me gustaría desrecomendar el libro. Sobre todo para aquellas personas que tengan una vida, a diferencia de lo que ocurre en mi caso. Tardé dos o tres días en leer las cien primeras páginas, que me parecían 'demasiado suecas' para haber tenido éxito fuera de Suecia, aunque me había llamado mucho la atención un personaje, Lisbeth Salander, una adolescente conflictiva, sociópata, huraña y vengativa, que sin embargo es un prodigio como investigadora privada. A partir de la página 100, el protagonista, Mikael Blomkvist, un periodista económico, padre divorciado, cuarentón y mujeriego, recibe el encargo de resolver un misterio, y a partir de ese momento no pude soltar el libro hasta que se acabó. Leí las 565 páginas siguientes en dos días. O sea, que no hice absolutamente nada más hasta que se acabó. Imaginad que hubiera tenido perro –se habría muerto de hambre–, novia –se habría ido con otro menos 'tarao'– o hijos –se habrían buscado otro padre–, etc.

El problema es que forma parte de la trilogía Milennium –que es el nombre de la revista donde trabaja Mikael Blomkvist–, por lo que voy a ir corriendo a la librería a por la segunda parte, que acaba de salir: 'La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina'. El tercer volumen no ha salido publicado en ninguna parte y sólo lo tiene el editor sueco, por lo que si continúa mi adicción no sé cómo lo haré para conseguir que me dé una copia, aunque tenga que chantajearle y apuntarme a clases de sueco.

El autor del libro, Stieg Larsson, no ha llegado a ver que su libro se ha convertido en un fenómeno mundial. Larsson era un periodista idealista experto en grupos de extrema derecha, hasta tal punto que la policía le llamó para asesorar en diversas investigaciones. Desde muy joven les dijo a sus amigos que sería escritor de novela negra. A los 47 años decidió que había llegado su momento, y cuando llegaba a casa, tras una intensa jornada de trabajo periodístico, se ponía a escribir la trilogía Millennium, protagonizada por un tipo que se parecía mucho a él, y que trabajaba para una revista similar a la suya. A los nueve meses terminó la trilogía de marras. Le entregó los tres volúmenes al editor, y a los pocos días falleció por culpa de un ataque al corazón. Dicen que un personaje clave de la tercera parte muere de la misma forma. "La culpa es del exceso de trabajo, y de que se alimentaba casi únicamente en los fast food, como un personaje de su segundo libro", ha dicho el desconsolado padre del escritor.

Videocrítica de 'Ultimátum a la Tierra':


miércoles, 10 de diciembre de 2008

'Crepúsculo': vampiros mormones

Tengo la singular costumbre de leer los libros de moda. Cuando entro en el metro y en el mismo vagón hay seis o siete personas que llevan El niño con el pijama a rayas me entra una curiosidad tan grande que acabo sucumbiendo y procuro conseguir el libro para leerlo. Quizás me guío por ese viejo proverbio que dice 'algo tendrá el agua cuando la bendicen'.

Y en literatura normalmente suele suceder que el agua 'tiene algo'. No ocurre exactamente lo mismo en la tele, pues intentar ver el programa líder de audiencia puede derivar en Escenas de matrimonio, o como se llame ese horror. Tampoco se debe intentar escuchar el disco del artista número 1 en 'Los 40 siempre iguales'. Pero en cuestión de libros, salvo en el caso de algún espanto máximo como El código puta mierda, que al menos era involuntariamente gracioso, lo cierto es que por regla general salta a la vista el motivo por el que ha triunfado. No sólo de Quevedo vive el hombre y pasar un rato entretenido a todos nos apetece. De hecho, en este preciso momento devoro el libro de moda, Los hombres que no amaban a las mujeres, del sueco Stieg Larsson, y si bien es cierto que repite las cosas cinco veces como si estuviera dirigido a tontos, tiene una trama absorbente y personajes memorables (aumenta brutalmente el interés cada vez que sale Lisbeth Salander). ATENCIÓN: No intente leer ese libro. Es desmesuradamente adictivo. No dormirá. Allá usted.

No es mi intención abogar por la literatura con sustancia y despreciar los best-sellers por sistema, para darme ínfulas. Y además, soy un apasionado del género vampírico, pues una de mis novelas favoritas de todos los tiempos es Drácula, escrita por la secretaria de Bram Stoker. Todo lo demás que he intentado leer de este autor no me ha interesado nada, pero Drácula al parecer se lo pasaba a limpio su secretaria, que introducía 'algunas modificaciones', por lo que creo que la genialidad de ese libro es por ella, no por él.

Así las cosas, tenía un gran interés por acercarme a la saga que triunfa entre los jóvenes, Crepúsculo, de Stephenie Meyer, ferviente religiosa mormona. Como tengo poco tiempo y mucho que leer, lo he ido dejando pasar y al final he ido a ver la película, uno de los grandes fenómenos de la temporada. Sin embargo, cuál ha sido mi sorpresa al descubrir en qué consiste la vuelta de tuerca que le da a la literatura y el cine tradicional de vampiros. La responsable del film, Catherine Hardwicke, ferviente religiosa protestante y directora de Natividad, aprovecha el tradicional paralelismo entre vampirismo y sexualidad para hablar de autocontrol. El vampiro Edward desea desesperadamente morder a su amada Bella Swan, sin embargo se reprime porque está enamorado de ella y piensa que no la respetaría si se deja llevar por sus instintos más básicos.  ofrece así un mensaje moralizante para que los adolescentes que lo lean tampoco se dejen llevar por sus bajas pasiones –hablo de la película, pues del libro, sin haberlo leído, no puedo opinar, aunque imagino que subyace el mismo adoctrinamiento–. Hasta he echado de menos a los vampiros homosexuales e incestuosos de la discutible Anne Rice.

En resumen, ofrece una visión completamente opuesta a lo que más me gustaba del género, y de la novela Drácula, que presentaba al protagonista como un Don Juan Tenorio infernal, que ponía en jaque los rígidos principios de la recatada sociedad victoriana.


Más acorde al espíritu de Stoker es la serie estadounidense True Blood. Es extraña. Tiene momentos magistrales y otros que son simplemente absurdos. No sé decir si es buena o mala, sólo que no me pierdo ni un solo capítulo. En esta serie, Alan Ball, guionista de American Beauty y creador de la magistral A dos metros bajo tierra, utiliza el vampirismo para hablar de los que son diferentes, de los que no viven como espera la mayoría de la sociedad biempensante. Es realmente sugestivo el pasaje de la Guerra de Secesión en el que una vampiresa había mordido y aniquilado a los egoístas que se querían aprovechar sexualmente de ella. Cuando aparece uno que no puede acostarse con ella porque sólo tiene en mente a su mujer, prefiere vampirizarle y apartarle de su familia.



PRÓXIMAMENTE (A ÚLTIMA HORA DEL JUEVES O EL VIERNES A MÁS TARDAR) LA DECEPCIONANTE VIDEOCRÍTICA SOBRE EL GRAN FIASCO DEL AÑO: ULTIMÁTUM A LA TIERRA. KEANU: NO SABES ESCOGER PROYECTOS. ¡LA CASA DEL LAGO, CONSTANTINE Y AHORA ESTO!

domingo, 7 de diciembre de 2008

Muerte al Borbón

En relación con el tema de los insultos de la entrada anterior, me viene a la memoria un viejo chiste que cuenta mi padre. Bueno, a decir verdad, he puesto que lo cuenta él porque el mérito es suyo, para no llevarme yo los laureles, pero igual no conviene contar esto aquí en la red. Igual le procesan. Mejor convendría decir que me contó este chascarrillo alguien malvado que no es mi padre. Un tipo por la noche recorre la calle gritando:

-¡Juan Carlos gilipollas!

Las pocas personas que a esa hora recorren la ciudad se quedan anonadadas cuando le escuchan. Él sigue diciendo lo mismo a grito pelado:

-¡Juan Carlos gilipollas!

Al cabo, llega un policía. Se acerca y le pone las esposas.

-Queda usted detenido por insultar al rey. Injurias a la corona.
-Oiga usted, que Juan Carlos hay muchos.
-Sí, pero gilipollas nada más que hay uno.

En fin, que chiste más soez, malintencionado y poco respetuoso con la Corona. Pero me ha venido a la memoria porque ha ocurrido lo mismo en la realidad. ERC asegura que cuando el diputado del congreso Joan Tardà ha gritado 'muerte al Borbón', en realidad se refería a Felipe V. Es un 'grito histórico de la Guerra de Sucesión contra Felipe V', dicen. Ya, ya. Como si no supiéramos todos qué Borbón debería morir.

En fin, que quede claro que en este blog no deseamos la muerte de nadie. Yo si abdicara y se proclamara la república me doy por satisfecho. Pero qué susto se ha tenido que llevar el propio monarca cuando haya puesto el telediario y haya escuchado aquello de 'Muerte al Borbón'. Ha tenido que pensar que la cosa estaba 'chunga'... "Uy, éstos van a repetir la Revolución Francesa, ¡cómo se han espabilado!". El primero que se ha debido dar por aludido seguro que ha sido él.

viernes, 5 de diciembre de 2008

De insultos políticos y alabanzas a Pixar

Desatiendo mi blog por miedo al fantasma de la recesión económica, que me lleva últimamente a aceptar cualquier trabajo que consista en escribir cosas, ya que no valgo para mucho más. Ahora mismo acepto cualquier cosa y hasta escribiría mails o cartas –de amor, familiares o lo que sea– como la protagonista de la durísima Estación Central de Brasil, prospectos para medicinas o revistas subidas de tono de ésas que algunos tíos compran 'para leer los reportajes' –precisamente yo valdría para escribirlos porque dudo que nadie los lea–.

Me habría encantado escribir sobre Bolt, primer proyecto que John Lasseter (director de Toy Story) impulsa desde el principio desde que es Director Creativo de Disney. En teoría, Disney absorbió Pixar, pero en realidad la gente de Pixar tiene el control absoluto (Steve Jobs es el mayor accionista de Disney). Parece que en la práctica, Pixar ha absorbido Disney –afortunadamente–.

La película es genial. Parece una mezcla de Don Quijote y El show de Truman, porque el protagonista es un perro que ha vivido toda su vida en un plató de televisión, y se cree que es un gran héroe canino. Impagables secundarios como unas palomas argentinas un poco despistadas y un comienzo que contiene la mejor persecución de la historia del cine de animación, mejor incluso si cabe que aquella de Lupin III: El castillo de Cagliostro, que tanto emociona a Tarantino.

Quisiera haber escrito por ejemplo sobre los insultos. Que conste que soy un forofo del noble arte de insultar. Yo mismo no paro de insultar todo el día, y la mayor parte de las veces con mucha razón. Y uno de mis poemas favoritos es aquel que dice 'Érase un hombre a una nariz pegado' tan ingenioso, que hasta Góngora, el receptor de los insultos, debió declarar en voz alta; 'Vale, es un hijo de la gran puta, ¡pero que ingenioso que es el cabrón del Quevedo, eso hay que reconocérselo!'. Una pena que no hayan recogido sus palabras los historiadores.

Por desgracia, el ingenio se está perdiendo. Uno no pide el talento de Quevedo, porque sólo hubo uno, pero sí que al menos se esfuercen un poquito, que sino no tiene gracia la cosa. El que escribe estas líneas ha dejado de ir a algún foro y más de un blog de internet, porque algunos chupacharcos se insultaban entre ellos con frases más brutas que las alpargatas del Algarrobo, y a veces con la corrección ortográfica de un sms. Llegué a leer esto en un foro:

"Bastardo de mierda, a mí no me mezcles con el hijo de puta de las fotos, maricón.
Además, ¿con qué derecho te atreves, cabrón, a lanzar acusaciones sin estar siquiera registrado? Que te jodan, acomplejado de mierda".


En la misma línea, Esperanza Aguirre, presidenta de la Comunidad de Madrid, llamó esta semana 'miserables' y 'bellacos' a quienes habían criticado su fulgurante huída de Bombay. Aunque se lleva la palma el alcalde de Getafe, Pedro Castro, que a pesar de la similitud entre sus nombres, no habla precisamente como Pedro Crespo, su colega el alcalde de Zalamea, que se expresaba con versos calderonianos. Nada que ver, pues el tal Castro se preguntaba: "¿Por qué todavía hay tanto tonto de los cojones que vota a la derecha?". Lo cierto es que la frase iba bien. Con un pequeño recorte, casi yo mismo habría estado de acuerdo con ella: ¿Por qué hay tanto tonto de los cojones –como yo mismo– que todavía votamos?

No sé si don Pedro y doña Esperanza visitan mi blog. Igual no, pero por si acaso les recomendaría contemplar esta escena, de mis favoritas del teatro de todos los tiempos, junto con la del jardín de la misma obra:



Y no se debe dejar de leer nunca a Quevedo:

Yo te untaré mis obras con tocino
porque no me las muerdas, Gongorilla,

perro de los ingenios de Castilla,

docto en pullas, cual mozo de camino;


apenas hombre, sacerdote indino,
que aprendiste sin cristus la cartilla;

chocarrero de Córdoba y Sevilla,

y en la Corte bufón a lo divino.


¿Por qué censuras tú la lengua griega

siendo sólo rabí de la judía,

cosa que tu nariz aun no lo niega?


No escribas versos más, por vida mía;

aunque aquesto de escribas se te pega,
por tener de sayón la rebeldía.