Ayer tuve un día estupendo cinematográficamente hablando, pero no tan estupendo en otros aspectos. En primer lugar fui a ver Otra Tierra, memorable film de ciencia ficción en donde de repente aparece en el cielo un planeta, idéntico al nuestro, que según los científicos tiene los mismos continentes y las mismas ciudades, en teoría también los mismos habitantes, o sea una réplica de nosotros mismos. Supone el debut del prometedor Mike Cahill, que tuvo una buena acogida en Sundance, y que ha rodado el film con cuatro pesetas, o quizás con cuatro dólares, pero acierta al centrarse en la historia de dos personajes muy humanos, mientras que los elementos fantásticos están muy bien aprovechados.Después me fui tan contento al teatro, actividad que adoro pues al tener delante a los actores, todo es mucho más intenso, más real... También es más caro, pues costaba 22 euros ir al Teatro Español a ver a Ana Fernández, mi adorada protagonista de Solas, que encabezaba el cartel de "25 años menos un día", del cordobés Antonio Álamo, que era, no sé si seguirá siendo, director del teatro Lope de Vega de Sevilla. ¡Es bueno apoyar a los autores contemporáneos!
Una experiencia indescriptible
Sin duda, es la peor obra que he visto en mi vida. Es mi deber advertir al mundo. Es de teatro dentro del teatro, pues una compañía representa un texto, de un autor inglés P.D. Green (que se pronuncia algo así como 'pidigrín') que supuestamente existió e inspiró a grandes autores como Harold Pinter, pero su obra es una soberana tontería sobre un tipo que enloquece y repite una y otra vez sin gracia ninguna la frase 'the tea is ready'. Un narrador pesadísimo que se empeña en soltar parrafadas interminables describe todo el tiempo lo que están haciendo los actores de la supuesta representación, lo cual es reiterativo e innecesario y rompería el ritmo que tendría la representación de no ser porque los actores son espantosos, como para llamar a la policía y que detenga el espectáculo por el bien de los ciudadanos. Y se supone que en la ficción actúan nada menos que en el Old Vic, ahí es nada, donde el director artístico es el mismísimo Kevin Spacey. ¡Si llegan a pisar el escenario de esa mítica sala londinense les echan a gorrazos!
Encima de lo malo que era todo, el autor se empeña en hacer muchísimos chistes sobre la escasa calidad de la obra que se estaba representando. "Los críticos estaban divididos, pues algunos pensaban que la representación era mala y otros que era espantosa", decía el soporífero narrador. 'Y tenían razón esos críticos' pensaba yo. "P.D. Green se había empeñado en escribir el peor primer acto de la historia de la escena", decía el insufrible individuo. 'Pues lo ha conseguido', me dije mentalmente. La novena o décima vez que el autor se ponía a caldo a sí mismo mediante su texto os juro que estuve a punto de levantarme y gritar a voz en grito: ¡Que sí, que esta función es un bodrio bochornoso, ya nos habíamos dado cuenta nosotros solitos! Supongo que es lo que busca el escritor, porque sino no es posible.
Durante una década los buenos aficionados al teatro evitábamos el Español porque ahí el director Gustavo Pérez Puig se empeñaba en destrozar clásicos extraordinarios como "Cyrano de Bergerac", con ayuda de Juan Carlos Naya, que las protagonizaba todas y que era peor actor que Chuck Norris. Pues bien, ayer hasta les eché de menos, ¡tenían más nivel que los de ahora!
Por cierto, me pregunto que si se puede aplaudir al final si te gusta una obra, ¿está permitido también abuchear y patear si te ha parecido lamentable? Sería de justicia, ¿no?
En fin, lo malo del teatro es que es caro y hay que escoger muy bien qué vas a ver. Y todo el rato pensaba que si existe de verdad otro planeta igualito a este donde viva una réplica mía, el pobre lo debió pasar fatal ayer en el teatro al igual que yo.
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Para aprovechar el puente que tuvimos en Madrid el pasado fin de semana me fui de viaje a Gijón, donde se puede disfrutar de lo mejor de Asturias, la sidra, la inmejorable comida, en suma, de la buena vida. Aproveché la coyuntura para ir a la playa de San Lorenzo, puesto que hacía muy buen tiempo. Esto me recordó una anécdota que me ocurrió allí hace unos años, y pensé que era ideal para contársela a los lectores de este blog.
Se acabaron mis vacaciones de este año, en Viena, aunque me quedaré siempre con el recuerdo de un lugar que tenía mucha ilusión de visitar y no me ha decepcionado en absoluto. Fui a ver sobre todo las pinturas de Gustav Klimt, aunque tengo que decir que he quedado fascinado por la obra de Egon Schiele. A los amantes del terror y las emociones fuertes, habituales lectores de este blog, que visiten la capital de Austria les recomendaría visitar el Narrenturm, un edificio circular muy curioso integrado en el campus universitario que en tiempos era un hospital psiquiátrico.


