viernes, 21 de abril de 2006

Historias de la televisión


Con motivo del lanzamiento en vídeo de Buenas noches y buena suerte, la interesante película de George Clooney, escribí un reportaje sobre películas relacionadas con la televisión.

Hollywood mira la tele


Texto: Juan Luis Sánchez
TV o no TV, esa es la cuestión. La relación entre el cine y la tele recuerda en cierta forma a la de dos hermanos. Primero vinieron los celos del hermano mayor, que sintiéndose príncipe destronado, trató de hacer frente a su supuesto “enemigo”. Pero la cosa no llegó a repetir el modelo de Caín y Abel, sino que finalmente, ambos hermanos comprendieron que la familia unida es lo mejor para todos, e iniciaron una feliz relación beneficiosa para ambos.

Las primeras transmisiones experimentales de televisión comenzaron en 1928, y al año siguiente, BBC inicia una programación regular. La pequeña pantalla empieza a difundirse en los hogares tras la Segunda Guerra Mundial y a principios de los 50, cuando aparecen las primeras cadenas estadounidenses, ABC, CBS y NBC, en los años del “boom” de los electrodomésticos. Los grandes estudios cinematográficos presienten que podría ser un enemigo difícil de batir, por lo que los ejecutivos compran acciones para controlar el mayor número posible de cadenas locales. Como una sentencia del Tribunal Supremo les impidió concentrar ambos negocios, aplicando la ley antimonopolio, los productores de cine terminaron declarándole la guerra a la tele.
Para mantener el número de espectadores, los estudios recurrieron a pantallas gigantes de gran formato, utilizando sistemas como el Cinemascope, Vistavisión y Cinerama. Al mismo tiempo, mejoró el sonido estéreo, y dejó de utilizarse, casi por completo, el blanco y negro. En cualquier caso ambos medios han coexistido a lo largo de los años. La televisión ha sido siempre considerada el hermano pequeño, pero cada vez influye más en el cine. En la actualidad, ambos sectores se llevan mejor que nunca. Estrellas televisivas saltan al cine siguiendo los pasos de Bruce Willis y George Clooney, al tiempo que se versionan en la gran pantalla las series de éxito. Además, la televisión está presente en las películas, porque los guionistas, que siempre han tratado de reflejar la realidad social, no podían permanecer ajenos a la televisión, omnipresente en la vida cotidiana. En muchas ocasiones aparece como elemento secundario, por ejemplo, cuando el fugitivo entra en un bar y aparece su foto en las noticias. Pero también ha habido numerosas películas que tratan directamente sobre el mundillo televisivo.

En busca de la noticia
Los chicos de los telediarios han copado films como Al filo de la noticia, comedia romántica de James L. Brooks, protagonizada por el presentador, la productora y un veterano reportero. A Howard Beale, un presentador de informativos, le despiden por los bajos índices de audiencia, hasta que anuncia que se suicidará en directo, y recupera a los espectadores perdidos. Sucedía en Network, un mundo implacable, en la que Sidney Lumet critica la falta de escrúpulos de algunas cadenas. No han faltado aguerridos reporteros capaces de cubrir accidentes nucleares (El síndrome de China), conflictos bélicos (Territorio Comanche, En tierra de nadie), enfrentamientos entre policías y delincuentes (Breaking News), y hasta el mundo de la moda (Prêt-à-porter) o de los deportes (El reportero, Un domingo cualquiera). A veces informar sobre un acontecimiento sencillo puede convertirse en una tarea interminable, como en Atrapado en el tiempo y Un día sin fin, el remake italiano. En la tele puede surgir el amor, como les ocurría a Robert Redford y Michelle Pfeiffer, en Íntimo y Personal. En Interferencias, versión en una cadena televisiva de Primera plana, el jefe no quería dejar escapar a Kathleen Turner, su mejor reportera. Algunos pasan grandes apuros como Renée Zellweger, resbalando por una barra de los bomberos en El diario de Bridget Jones, mientras que otros acaban siendo despedidos por meter la pata, como Jim Carrey, en Como Dios. En España hemos tenido alguna que otra intrépida reportera, como Verónica Forqué, en Kika, de Almodóvar.

Esto es un timo
La televisión puede ser utilizada para manipular a la opinión pública, como en La cortina de humo, donde el presidente de los Estados Unidos y un asesor sin escrúpulos, usan imágenes creadas por ordenador para crear una ficticia guerra contra Albania. Tampoco tiene demasiados escrúpulos Russ (John Travolta), hombre del tiempo de una cadena que manipula el sorteo de la lotería, en Combinación ganadora. A veces se pueden rodar falsos noticieros con una buena causa, como en Goodbye, Lenin. Capricornio Uno y el falso documental El otro lado de la luna plantean una inquietante hipótesis: ¿y si el hombre no ha llegado a la Luna y todo es un montaje? Por cierto, que la llegada del hombre a este astro no se habría podido retransmitir si no hubiera sido por la gigantesca antena australiana de La Luna en directo.
También gira en torno a la manipulación Quiz Show, la historia de un concurso amañado, narrada por Robert Redford en su faceta de director. Igualmente se basaba en una historia real El dilema, sobre un ejecutivo tabaquero que denuncia en televisión prácticas abusivas de la industria del cigarrillo, y la reciente Buenas noches y buena suerte, que narra el enfrentamiento entre el periodista Edward R. Murrow y el senador McCarthy. También ocurrió lo que narra Man on the Moon, aunque la vida del estrafalario cómico Andy Kaufman, inteprretado por Jim Carrey, resulta difícil de creer.
No es el único cómico de la tele retratado en pantalla. Tanto La pareja chiflada como la española Muertos de risa, giran en torno a parejas de humoristas. En El rey de la comedia, cinta injustamente olvidada de Scorsese, Robert De Niro secuestra a un famoso comediante, interpretado por el mítico Jerry Lewis, para que le den una oportunidad de salir en un programa.
El cine también ha recreado esos reality shows que han hecho furor. Jim Carrey protagonizaba la profética El show de Truman, mucho antes de que los concursantes de la primera edición de El gran hermano hicieran el primo por televisión e incluso invadieran los cines con El gran marciano. Y en España tuvimos un curioso precedente de El show de Truman, con el inigualable José Luis López Vázquez, que sin saberlo es el protagonista de un curioso programa, en El elegido. Las cámaras seguían durante las 24 horas del día a Matthew McConaughey, en Edtv, y a Robert De Niro y Eddie Murphy, dos policías en Showtime. Varios concursantes se encerraban en una casa con psicópata incluido, en Halloween Resurrection –si bien el concurso se transmitía por internet-. Y Jordi Mollà trató el mundillo de los programas más escandalosos en No somos nada, su fallido debut como director de largometraje.

Platós escandalosos

Es corriente que el protagonista de una película aparezca por un plató televisivo, como Tom Hawks, en Forrest Gump, entrevistado con John Lennon, o el sarcástico protagonista de American Splendor, que se convierte en colaborador de un ‘late night’. También visita un plató, pero en esta ocasión para asesinar al presentador, el siniestro terrorista enmascarado de V de Vendetta. Si el presentador es más popular que el mismísimo presidente de los Estados Unidos, únete a él, como hace Dennis Quaid, acudiendo al programa de Hugh Grant, en American Dreamz. Y es que en un plató pueden ocurrir todo tipo de vicisitudes, como demuestra la entrañable Historias de la televisión, de Sáenz de Heredia.
También puede pasar cualquier cosa en el rodaje de una teleserie, como se comprueba en la hilarante Escándalo en el plató, y en Embrujada, donde la actriz que hace de bruja (Nicole Kidman), resulta ser una de verdad. A veces, los espectadores llegan a confundir a los personajes de una serie, con la realidad, como en Persiguiendo a Betty y Héroes fuera de órbita, mientras que en Pleasantville, Tobey Maguire y Reese Whiterspoon se teleportan mágicamente a una serie clásica. El caso contrario, los personajes de un show salen al mundo real, se puede ver en El gran Alberto. Por intervenir en una telecomedia, algunos son capaces hasta de travestirse, como en el caso de Dustin Hoffman, en la inolvidable Tootsie.
Tanta aceptación como las series tienen los concursos, en los que se puede ganar Una noche con Sabrina Love, un viaje con la chica de tus sueños, como en la española Di que sí, o “la multiprocesadora”, el curioso electrodoméstico, de Historias mínimas. Hemos tenido incluso un presentador de un concurso que ocultaba que en realidad era asesino de la CIA, en la surrealista Confesiones de una mente peligrosa.
Incluso ha habido concursos futuristas, como ocurría en Permanezca en sintonía, y en Perseguido, donde el premio consistía en seguir con vida. Quienes quieran saber cómo será la tele del futuro, que echen un vistazo a Fahrenheit 451, Robots o Rollerball, donde se retransmitía un violento deporte.

Sustos en la tele
Ese miedo que los productores han podido sentir a la competencia televisiva, se refleja en el género de terror. La primera vez fue años antes de que se popularizara el invento, pues Bela Lugosi protagonizó en 1935 Asesinato por televisión, donde el inventor de un revolucionario sistema de transmisión es asesinado misteriosamente. En The Ring, una fantasmagórica joven sale de la pantalla, mientras que en Poltergeist, los espíritus se llevan a una niña al interior de la tele. Un siniestro canal emite torturas en Videodrome, de Cronemberg, mientras que Tesis critica el morbo televisivo. A veces, los protagonistas logran informarse de lo que está pasando, más o menos, gracias a las noticias, como en Señales y La noche de los muertos vivientes. Y otras veces, los profesionales televisivos sufren de lo lindo, como la periodista televisiva de Aullidos, perseguida por un hombre lobo. Courteney Cox era otra reportera, que investigaba las actividades de un asesino en serie, en Scream. Las cámaras también seguían a Mickey y Mallory, los psicópatas, de Asesinos natos, mientras que en Henry, retrato de un asesino, el protagonista acababa con una de sus víctimas incrustándole un televisor en la cabeza. Un adolescente graba el asesinato de una muchacha, en El vídeo de Benny, de Michael Haneke, que también siguió los pasos de un presentador en Caché (Escondido).

De bailarines, realizadores y meteorólogos
Otros profesionales de lo más variopinto de las cadenas han sido retratados en cine, como el meteorólogo de El hombre del tiempo, en la que Nicolas Cage emulaba a Mariano Medina. Un documentalista que rodaba imágenes submarinas protagonizaba Life Aquatic, mientras que Smoochy, seguía los pasos de un presentador de programas infantiles sustituido por un muñeco de un rinoceronte fucsia. En Ginger y Fred, Marcello Mastroianni y Giulietta Masina eran una pareja de bailarines. En Bocados de realidad, Winona Ryder era ayudante de producción, mientras que Woody Allen encarnaba a un realizador hipocondríaco, en Hannah y sus hermanas. Spencer Tracy era un ingeniero que trataba de informatizar el archivo de un canal televisivo, a las órdenes de Katharine Hepburn, en Su otra esposa. Hasta los ejecutivos y jefazos han sido parodiados en Los fantasmas atacan al jefe y Un ejecutivo muy mono, mientras que el último “mono”, el tipo que instala la televisión por cable, protagonizaba Un loco a domicilio.
No podría haber tele sin anuncios, como el que rueda Bill Murray en Japón, en Lost in Translation. Almodóvar solía parodiar anuncios televisivos, como el de la madre del asesino que lavaba las manchas de sangre de su hijo con detergente, en Mujeres al borde de un ataque de nervios. Dos ejecutivos publicitarios iniciaban una guerra de sexos que derivaba en romance en Pijama para dos, con Rock Hudson y Doris Day. Y por último, es necesario recordar la importancia de los espectadores, como Ellen Burstyn, ama de casa obsesionada por los concursos, en Requiem por un sueño. También se hacía adicto, a una telenovela, uno de los protagonistas de Caro diario, de Nanni Moretti, mientras que la anciana vecina de Ben Stiller y Drew Barrymore, en Duplex, no les deja dormir porque pone la tele muy alta, hasta que éstos instalan un sistema para desconectarla a palmadas. El caso más extremo es el de Peter Sellers, que sólo conocía el mundo a través de la tele, en la memorable Bienvenido Mr. Chance.

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